Mi Personaje Cósmico

Total para qué… Para que me iba a molestar. Mi máxima habían sido siempre los demás y ahora que tenían que serlo, yo era la máxima –al menos aparentemente hablando-. Una semana y pico hablando de amor y desamor. De soluciones, químicas y encuentros. De estupideces varias que nos hacen caer en la espiral de querer y no poder. Eran peliagudos como mínimo, los personajes que conformaban mi historia semanal. Pero fue intensa. Muy intensa. Puede que por eso ahora sienta ganas de gritarlo, decirlo explícitamente, fanfarronear sus nombres y quitarles sus espinas. Porque las conozco, porque las sé… Las deduzco. Porque yo soy humana y, al fin y al cabo, eso me hace una más; un personaje cósmico.

Al coger las riendas de algo siempre está la parte que se opone. Ya me entendéis, esa parte… Jodida del asunto –por decirlo de alguna manera-. El lado oscuro o cómo diablos queráis que se llame.  A mi me duele, a los demás, en mi piel, supongo que también.

Hace ya cuartos milenios que hablo con una especie de amor platónico mío, cómo no, miembro del mundillo. De este círculo extraño del que no formas parte hasta que te rompes en trocitos hasta reciclar tu alma. Me enamoró. Me enamoré. Sin saberlo ni quererlo y sin siquiera quererlo él. Dio igual. Acabo como siempre: Mal.

Entre nervios y bastidores que se suelen sufrir cuando tu profesión se basa en ser creativo, te topas con otras creatividades. Que también tienen amores que, platónicos o no… Acaban jodiéndote de una manera u otra. Gente con fama, con nombre, pero sobre todo, con alma. De esas personas que ves y te entran ganas de meterlas en el banco –aunque ahora no sé hasta qué punto eso sería ganar o perder-. Gente con dudas. Ambos con dudas ¿Dudas de qué? De nada. Dudas de nada. Miedo todo; puro miedo -¡Puto miedo!-. Acabas riéndote en la cara de quien te cuenta su vida con su pseudo pareja… Lo has sufrido tanto que ya no sabes si el dolor te gusta porque te hace gracia. Pero sí que puedes hacer algo… Algo que parece salvarte, curarte y llevarte al cielo durante esos cinco minutos de clímax en los que das un consejo bien construido, poético, rozando a perfecto y rebosante de experiencia: Hablar. Hablar mucho. Hablar mucho de lo que no sabes. Como diría mi –sabio- padre: Tirarse pedos más grandes que el culo. Lo malo es que hablas de sentimientos cuando no estás entrenada para sentir, o volver a hacerlo. Te paralizas. Piensas demasiado ¿Qué haces? ¡Pues la cagas!

Todas y cada una de mis amigas tienen algo que decir de sus peluchos… Llega un punto que calificas al hombre el general como un encefalograma plano… Y aunque te equivocas –porque te equivocas- eso te alivia. Te hace sentir algo menos pequeña, pero no más grande. Con la mirada revivida en blanco. Llorando casi. Reniegas. De todo. De tu vida… De tu nombre… De esa casta a la que ni siquiera perteneces y no sabes ni cuál es. Dices no y punto. No.

Fugaz… Todo es más fugaz que el entusiasmo de la gente, que la tenacidad en las relaciones, que los novios de Britney Spears, Que el estilo de Paris Hilton o, qué coño, más fugaz que cualquier It Girl a quien le pertenece un título que ponen con velcro. Todo se va, viene, vuelve, se gira pero nunca desaparece. Todos teníamos miedo. Era sábado. Y al llegar a tu casa te encontrabas con un cero tachado. En rojo. En menos cero. Recordándote que no lo estabas, pero te sentías más solo que la una. De ahí nace un personaje cósmico. Mi personaje cósmico.

Esta entrada se publicó el noviembre 25, 2011 en 9:14 pm y se archivó dentro de TRENDS. Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

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